Si bien el camino hacia Aguas Calientes (la ciudad más próxima al Machu Picchu) se puede realizar con una agencia junto a otros destinos cercanos como Pisac u Ollantaytambo, nosotros decidimos hacerlo por libre y salir un poco de todo lo pensado para el turismo.
Para ello cogimos un pequeño autobús colectivo en el que viajamos solo con gente local de allí, de hecho hablaban en quechua, una experiencia curiosa y la verdad muy segura, no hay que temer a subirse en uno de ellos. Una vez llegados al pueblo de Pisac, lo interesante se encuentra en lo alto: unas ruinas conocidas como la pequeña Machu Picchu por su similitud, aunque a escala mucho más pequeña, con el emplazamiento más famoso de Perú.
Para llegar a las ruinas hay que subir bastante, para lo que recomiendo hacerlo en taxi (aunque se puede también andando) y, una vez arriba, lo ideal es contratar los servicios de un guía, porque si lo haces con alguna excursión no suele dar tiempo de ver la joya de este lugar.
La visita que nosotros contratamos duró aproximadamente 2 horas en las que el guía nos explicó a la perfección la historia de ese lugar, nos tocó la flauta (un momento bastante emotivo por la belleza del lugar) y nos llevó hasta la zona por la que es conocida como pequeño Machu Picchu, un conjunto de construcciones y templos a mucha menor escala que el propio Machu Picchu pero de una belleza singular que merece mucho la pena visitar. Además, también se pueden observar unas bonitas vistas del Valle Sagrado.
Las ruinas de Pisac es un lugar que recomiendo visitar por la importancia arquitectónica e histórica del lugar, es impresionante caminar entre esas construcciones y revivir la vida de la cultura inca, de hecho, si te fijas bien, es posible que encuentres fragmentos de cerámica inca (yo vi alguno).